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LA SOCIEDAD DE CONSUMO

¿Sabías que hay una bombilla que lleva encendida 118 años?

Así es, está en Livermore, California, EE. UU.

Este hecho y las fechas en las que nos encontramos nos hace preguntarnos en qué tipo de sociedad vivimos, y vemos que estamos en una sociedad de consumo influenciada por la publicidad y la obsolescencia programada.

Por ello, hoy dedicamos este post a hacer un repaso por la historia del consumo en la sociedad y de la evolución que ha sufrido.

Vivimos en una sociedad de consumo, donde el ser humano se valora más por lo que tiene que por lo que es. El consumo está presente en nuestras vidas de forma constante, y desempeña un elemento fundamental dentro del entramado económico actual. Las generaciones más jóvenes han crecido en esta sociedad materialista, pero hasta hace bien poco esto era distinto. Hagamos un repaso rápido a la historia, la cual puede servir para reflexionar sobre el tema.

Antes del siglo XX, la mayoría de la población intentaba ser autosuficiente y sólo compraban lo estrictamente necesario y lo que no podían producir por ellos mismos. No era fácil acceder a bienes materiales, por eso los objetos se hacían durar lo máximo posible. La economía funcionaba sin consumo tal y como lo entendemos hoy.

En el siglo XX aparece una forma de fabricar en la industria manufacturera que originaría un cambio importante en la sociedad: la producción en cadena. Esta forma de producir permitía fabricar mucho más rápido que hasta entonces y abaratar el coste de lo fabricado, de forma que los precios resultantes eran lo suficientemente bajos como para que los ciudadanos pudieran comprar con más facilidad. Se empezó a estimular el consumo masivo, necesario para dar salida a la producción. Así, el consumo masivo se convirtió en el nuevo modelo económico que marcaría los beneficios empresariales y los puestos de trabajo.

La premisa de los negocios era que los beneficios empresariales y la producción tenían que ser siempre crecientes por lo que hacía falta que se consumiera cada vez más. Para sostener este nivel de vida era necesario aumentar el consumo, aun de productos superfluos que comenzaron a ser publicitados como imprescindibles.

Para estimular la demanda era necesario un cambio psicológico o cultural en la sociedad: lo normal ya no era ahorrar, sino consumir. Con la ayuda de la publicidad, la utilidad funcional de los productos dejó paso a la diversidad de modelos, la obsolescencia programada (fabricar productos diseñados para durar poco), la sucesión de modas estéticas de corta duración y el valor de los objetos como símbolo. Esta exageración del modelo introdujo la idea de que el consumo es una fuente de identidad lo que nos permite diferenciarnos de los demás, soy lo que consumo.

Nos encontramos, por consiguiente, en una etapa caracterizada por un mercado muy fragmentado y variable, donde no todo el mundo quiere consumir el mismo producto o diseño. Esto conlleva la inestabilidad en los volúmenes de producción (más limitados), la constante entrada de productos nuevos. La demanda es ahora, más que nunca, de carácter social. Nos encontramos con una sociedad que necesita más consumidores que trabajadores.

Esta actual abundancia tiene su parte oscura, con perjuicios cada vez más graves. Se ha producido una degradación de la calidad de vida: ruido, contaminación del aire y del agua, destrucción de parajes naturales, planificación de infraestructuras con gran impacto ambiental (aeropuertos, autopistas, puertos etc.); por lo que podemos afirmar que los daños ambientales, debidos a los efectos técnicos y culturales de la racionalización y de la producción en masa, son incalculables.

H. Marcuse distinguía dos tipos de necesidades en relación con el consumo que las personas intentan satisfacer: las necesidades verdaderas o necesidades vitales (alimentación, vivienda, vestido…), y las necesidades falsas, que son las que están determinadas por fuerzas sociales y culturales. Las personas pueden sentirse felices al satisfacer estas últimas, pero no han sido diseñadas pensando en ellas y en su felicidad, sino para aumentar el consumo y con él, la producción. La persona entra así en una cadena de dependencia y esclavitud, fraguada por el afán de acumulación y potenciada desde un sistema que la necesita como elemento que consume.

Se perfila, pues, una definición del consumo como derroche productivo, entendido como toda producción y gasto más allá de la estricta supervivencia, donde lo superfluo precede a lo necesario, donde el gasto precede en valor a la acumulación y la apropiación.

Ante esta situación, desde La Vida de las Cosas proponemos un consumo responsable:

1. Reducir el consumo innecesario (las necesidades falsas de Marcuse), así como el consumo de productos muy plastificados o derivados del petróleo que pueden generar problemas ambientales.

2. Kilómetro cero y comercio justo. Comprar productos de tu zona, para evitar el calentamiento global debido al transporte y así apoyar a los productores locales para crear un tejido económico local y sostenible.

3. Reparar y reutilizar antes que comprar; volver a las costumbres de reparar cuando algo se rompe y no tirar y comprar.

4. Separar para Reciclar los residuos generados.

5. Fomentar las energías renovables, las cuales disminuyen el calentamiento global.